Es toda una declaración de intenciones que la primera entrada de este blog esté dedicada a la identidad digital. Hablar de ella implica reflexionar sobre las características que nos definen a cada uno de nosotros dentro de la Red y, para ello, podemos documentarnos leyendo textos como
este.
Todos los que hemos vivido en pueblos pequeños sabemos lo importante que es manejar con precaución qué se sabe de nosotros y conocemos la dificultad de controlar cómo se cuentan determinados hechos una vez que ya han trascendido. En la Red sucede lo mismo, aunque las consecuencias perduran más en el tiempo y el público potencial de esa información es mucho más amplio.
Por eso, quizá no tenga mucho sentido esa distinción tan tajante que se ha intentado establecer entre el mundo “real” y el “virtual”, porque en ambos casos dependemos no solo de nuestros actos, sino también de lo que otras personas pueden decir sobre nosotros.
Como profesora de enseñanza secundaria, soy consciente de que los docentes de esta etapa educativa debemos tener un especial cuidado con la identidad digital, puesto que trabajamos cada día con adolescentes que se manejan con bastante soltura por la Red, pero que en muchos casos carecen de la madurez suficiente para saber “diferenciar contextos”. Por tanto, debemos sopesar las consecuencias que pueden traer consigo hechos tan cotidianos como publicar fotos en Instagram o expresar opiniones cargadas de ideología en Twitter.
Sin embargo, considero que lo más importante de adquirir formación en este ámbito es ser capaces de transmitir a nuestro alumnado los riesgos que entraña compartir en las redes sociales imágenes e información que hasta ahora formaban parte del ámbito de la intimidad. Algunos consejos básicos pueden evitar que revelen datos personales, que produzcan
sexting, que eviten las citas a ciegas...
Una excelente presentación sobre este tema, pensada para orientar a las familias es esta, que ha sido elaborada por Antonio Matos: